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Ruta del vino de Arribes.

02 febrero 2023
 

¿Qué hay detrás de los alojamientos, las bodegas y enotecas, los restaurantes y comercios o las empresas de ocio? Hay personas. Gente que cree en su territorio, que madruga para impulsarlo y consigue que los de fuera volvamos una y otra vez y nos sintamos como en casa. Entre Zamora y Salamanca, te invitamos a descubrir una ruta hecha por y para las personas, la Ruta del Vino de Arribes.

Del Duero, esa soga azul de la que tiramos españoles y portugueses en un juego imaginario, cuelgan los pueblos que recorren la Ruta del Vino Arribes, uno de los mejores regalos que podemos hacernos. Lo tiene todo: un río que semeja un dios acostado, unos cañones de granito y rocas metamórficas que dan nombre al paisaje –es@s arribes que en Salamanca se leen en femenino y en Zamora en masculino–, un vino diferente y único, con la personalidad que le da la variedad de uva Juan García, una gastronomía con cuerpo y alma y, por encima de todo, unos anfitriones que perfeccionan nuestra experiencia con su buen hacer y amabilidad.

A lo largo del camino, nos encontraremos con personas inquietas que un día decidieron cambiar de aires y asentarse aquí, y no nos extraña en absoluto. Porque aquí la belleza no se esconde, no hay que buscarla como en una yincana; antes al contrario, nos invita a mirarla de frente, serena y gozosa.

Nuestra ruta, que trazaremos de norte a sur, de Zamora a Salamanca, transcurre por el Parque Natural Arribes del Duero, un espacio de gran valor paisajístico al oeste de ambas provincias. El río no le quita ojo de encima a sus más de cien mil hectáreas y, en los cortados y roquedos de sus márgenes, un séquito de buitres, águilas y alimoches vela por nosotros. Para familiarizarnos con esas postales de arribanzos y cortinas –muros de piedra seca que separan las lindes–, tenemos dos opciones: quedarnos a vivir en ellas o desempolvarlas cada vez que podamos, para sentir sus sendas bajo los pies y descorchar sus botellas de vino hasta construir nuestro propio relato.

ESTO VA DE PERSONAS

De modo que un día nos plantamos en Gamones para conocer a Nuria y Delfín, ceramista ella y publicista él, que, en un viaje hace cerca de veinte años, se enamoraron de la comarca zamorana de Sayago y, ni cortos ni perezosos, trasladaron todos los bártulos a esa localidad. Delfín, pionero del teletrabajo, se lo montó por su cuenta, y Nuria abrió el taller Numa Cerámica (www.numaceramica.com), en el que lleva haciendo magia con el barro bajo el influjo de una tierra que le inspira y no se agota nunca. Acepta encargos de particulares, seduce a los mejores chefs, que emplatan sus creaciones en el cosmos de vajilla que sale de sus manos, e imparte cursos y talleres a legos y profesionales. Se podría decir que lo suyo, más que un trabajo, es un canto de vida y esperanza que nos recuerda que, sin la convicción de un pueblo en su futuro, cualquier acción política es vana. “Solo existen las cosas que no pueden perderse”, escribió Carlos Pujol, y por eso Numa, Gamones, la comarca de Sayago y las Arribes del Duero no pueden perderse nunca.

De Gamones saltamos a Fariza, y en Fariza conocemos a otros pioneros, estos de la agricultura ecológica. Alonso Santos y su familia llevan la quesería La Faya (https://lafaya.es): primera, segunda y, a no más tardar, tercera generación de artesanos, que miman todos y cada uno de los procesos queseros y, además, disfrutan contándolo. Desde que en los años ochenta del pasado siglo Alonso formara su primer rebaño de ovejas churras hasta el día de hoy, con todas las innovaciones que ha introducido su hija Ángela, la extensión ha crecido en cantidad y calidad, mientras las medallas se iban acumulando en su pechera.

Una tercera historia familiar nos lleva a Formariz, en la misma comarca de Sayago. Aquí nos detenemos a hablar con José Manuel Benéitez y la “xefa” Liliana Fernández, dueños de la bodega El Hato y el Garabato (www.elhatoyelgarabato.com). Con ellos brindamos por su apuesta por las viñas viejas –entre ochenta y ciento veinte años– y por su visión ecológica y sin ínfulas de grandeza. Después de una juventud de lo más trasegada, esta pareja se asentó aquí y asimiló la diversidad que le es consustancial al territorio, que, si por algo se caracteriza, es por su asombrosa variedad de suelos y de uvas. ¿Cómo es posible tanta riqueza en una Denominación de Origen que “cabe” en apenas 272 hectáreas? Además de la Juan García, las variedades Bruñal, Bastardo, Tinto Geromo y Mandón, en tintas, y Doña Blanca y Puesta en Cruz, en blancas, nos agasajan el paladar e invitan a seguir explorando la región.

 

EL PUEBLO DE LAS MIL BODEGAS

De Formariz a Fermoselle hay una tirada de 11 km, y, con las alforjas que llevamos a cuestas, es imposible obviar la parada, ya que se nos presenta como “el pueblo de las mil bodegas”. La mayoría de ellas –hay 17 en funcionamiento, más la hacienda Zorita, a las afueras– se excavaron en la roca, y, al visitarlas, uno siente cierta emoción clandestina, como si se dispusiera a adorar a Baco en unas catacumbas. Cuna del poeta Juan del Encina y refugio de conversos que siguieron practicando su fe a escondidas, Fermoselle, con su singular campiña de bancales y terrazas, constituía la última parada del éxodo judío hacia Portugal. Su maraña de bodegas (Zorita, Pastrana, Frontio, Romanorum…) resulta irresistible, y lo sería igual aunque no nos gustara el vino –¡que de todo hay en la viña del Señor!–, tanto por su arquitectura de arcos de sillería como por las barricas de roble que acunan el tiempo en ese espacio petrificado.

Tras una visita guiada por el pueblo de la mano de Olvido Peños, creadora de la ruta Tesoros escondidos, “inspeccionamos” dos de ellos: Pastrana (www.bodegaspastrana.es) y Frontio. El origen de la primera, que en años óptimos produce unas 14.000 botellas, con la variedad Juan García como bandera, se remonta a 1760. Por su parte, el propietario de Frontio, Thyge Benned Jensen, nos lo pone muy fácil con su humanidad desarmante y su nombre de guerra español: Chus. En 2016, este gigantón danés se afincó en Fermoselle y compró unas viñas, sin conocer apenas el sector. Hoy preside el Consejo Regulador de la D.O. Arribes, trabaja para ensanchar el mercado y presume de sus elaboraciones ecológicas, bautizadas con nombres verdaderamente chispeantes (vayan, vayan y pregúntenle). Como Liliana y José, como Nuria y Delfín, Chus escuchó la voz de su vocación y, ante semejante fuerza, no hay obstáculo que valga.

En los años cincuenta del pasado siglo vivían en Fermoselle unas cuatro mil personas; hoy quedan mil y poco, y es, no obstante, el municipio más poblado de la comarca de Sayago. Por sus calles empedradas, los “de fuera” nos cruzamos con los “de dentro” y escuchamos el eco de su judería y el murmullo de sus iglesias y ermitas. Y todos compartimos el alegre desconcierto que nos suscita un dickensiano almacén de antigüedades que responde al nombre de La tienda de antaño. (https://latiendadeantano.wordpress.com). Lo que encontramos en ese centenario bazar difícilmente lo encontraremos en otra parte, y mientras las explicaciones de Julia Sendín zancajean de los vinos de Arribes a los quesos y aceites, de los garbanzos a las almendras, nosotros nos quedamos embobados ante los viejos juguetes de latón y las piezas de barro y mimbre.

DESCANSAR PARA QUE MAÑANA…

En la localidad de Fornillos de Fermoselle, a 15 km de Fermoselle, otra emprendedora, Piki, gestiona un negocio para chuparse los dedos: la mermeladería Oh Saúco (www.facebook.com/ohsauco). Tras buscar su lugar en el mundo, Piki arraigó en este municipio que no llega a los sesenta habitantes, y ahora no solo vende sus productos en tienda y on-line, sino que imparte talleres a los vecinos y hasta se ha adentrado en las doctrinas del yoga. Limones ecológicos, calabazas locales y peras dan forma a algunas de sus elaboraciones y, puesto que andamos de ruta enológica, hagan hueco a sus recetas de mermelada de peras al vino o de cebolla al vino, entre otras. Les prometemos que sabrán de qué hablamos cuando hablamos de sabor.

Tal vez, para una primera jornada, la experiencia haya sido suficiente, aunque siempre nos quedamos con ganas de más. Pero, en fin, si ya se nos cierran los ojos o, sencillamente, queremos cargar las pilas, en Fornillos de Fermoselle tropezaremos con una opción perfecta, La Casa de los Arribes (https://lacasadelosarribes.es), cuatro casas de alquiler completo entre jardines y con la simpática compañía de asnos zamorano-leoneses y gallinas negras castellanas. En cualquier caso, la oferta de camas es muy amplia en todo el territorio, con casas rurales, hoteles, haciendas o posadas como Doña Urraca (www.posadadonaurraca.es). Así que lo dicho: una cucharada de mermelada y a dormir.

Y ESTO VA DE PAISAJES

Nada tan inspirador como hablar con la gente e interesarnos por lo que hacen. Nada como viajar buscando manos, miradas y voces y encontrar, tal vez, un sentido a nuestra propia existencia. Pero la Ruta del Vino de Arribes exige también poner los ojos en modo panorámico y fotografiar la inmensidad de sus horizontes.

En este sentido, en el lado portugués, el embarcadero de la Estación Biológica Internacional (EBI) es el punto de partida de un inolvidable crucero ambiental que ha recibido todos los honores institucionales y el elogio unánime de sus clientes. Desde que se formalizara el Primer Proyecto de Cooperación Transfronteriza en 1994 hasta hoy, la localidad de Miranda do Douro y la comarca zamorana de Sayago, o sea, Portugal y España, han estrechado sus lazos gracias a los buenos oficios de su mejor embajador, el Duero. Los buques, cuyos tickets pueden adquirirse en la web www.europarques.com, profesan la fe de la navegación sostenible y cada año llevan a miles de pasajeros hacia un viaje de descubrimiento que aúna la divulgación científica y la contemplación del paisaje entre los cañones del Duero. Si tenemos suerte, estos nos “dispararán” el planeo de buitres leonados, alimoches, águilas perdiceras, águilas reales, cigüeñas negras, milanos negros o vencejos reales. Desde el acantilado de los líquenes y hasta que descendamos de nuevo, tendremos que pellizcarnos para convencernos de que los Arribes no son un sueño.

Luego, podemos volver a Fariza, donde dejamos atrás a gente buena y valiente, y acercarnos al mirador de Las Barrancas, cerca de la ermita del Castillo. A nuestros pies, el cañón del Duero nos cuenta, otra vez, esa historia de fronteras invisibles y apremiantes vínculos, con una geografía determinada por un juez-río que falló que esto se llamaba España –por ejemplo, Cozcurrita– y aquello Portugal –por ejemplo, Freixiosa–. Los prismáticos nos permitirán seguir el vuelo de numerosas aves sobre una vegetación cuajada de pinos y enebros.

Los miradores son ya tendencia, e incluso fiebre, y que no cambie. Quizá el más popular sea el del Fraile, en el término de Aldeávila de la Ribera, ya en la provincia de Salamanca. Diseñado por HOLLEGHA arquitectos, e inaugurado en abril del pasado año, este trampolín funde la creación de la naturaleza –los Arribes del Duero– y la del hombre –la presa de Aldeávila– en un simple parpadeo. Cuando España era un inmenso plató de cine, David Lean rodó aquí varias escenas de Doctor Zhivago, y, más recientemente, el equipo de Terminator: Destino oscuro se desplazó a esta instalación hidroeléctrica y puso a varios vecinos del pueblo frente a las cámaras. ¡La vida de la fama!

Otra presa, la de la Almendra o salto de Villarino, a cinco kilómetros de la localidad salmantina de Almendra, es carne de récord Guinness: se trata de la de mayor altura (202 metros) y la tercera por capacidad de todo el país, solo por detrás de la de La Serena (Badajoz) y Alcántara (Cáceres). Construida en el curso inferior del Tormes, fue inaugurada en 1970 y es propiedad de Iberdrola. El último de los saltos del Duero, un proyecto hidroeléctrico al que pertenecen también los embalses de Aldeadávila, Castro, Ricobayo, Saucelle y Villalcampo, chifla a los apasionados de las megaestructuras, y, si pasan por ahí, verán por qué.

SALAMANCA O EL FINAL DE LA AVENTURA.

Lo cierto es que, casi sin darnos cuenta, hemos pasado a la provincia de Salamanca, donde seguiremos explorando Las Arribes, ahora en femenino, con sus senderos de frontera y sus gargantas de vértigo, sus vinos y quesos de leche cruda de oveja y sus dignos conjuntos históricos.

Cualquier “track” que perfilemos sobre el mapa será un acierto, siempre que nos mantengamos fieles al aroma del vino y a la brega cotidiana de las gentes. En la comarca de Vitigudino, el municipio de Villarino de los Aires nos reserva el placer de prolongar nuestra ruta bodeguera en Viña Romana, nacida como cooperativa en 1962 y que ha evolucionado hacia un concepto familiar de la mano de su gerente, José Luis Flores. Este bilbaíno de pura cepa siempre encuentra un rato para ilustrar a sus visitantes con el proceso de transformación de la uva en vino y mostrarnos sus creaciones, entre ellas Solar de la Victoria, Heredad del Viejo Imperio o Botón Real.

Y seguimos tirando del hilo o, mejor dicho, de la lengua, a los socios que conforman la Ruta del Vino de Arribes, que, a estas alturas, empieza a parecer un bodegón de productos navideños. No podía faltar el aceite y, aprovechando que el Tormes pasa por Salamanca, nos fijamos en el municipio de Ahigal de los Aceiteros, que no en vano luce ese apellido junto al nombre de su río. Loli lleva las riendas de la primera almazara ecológica de Castilla y León, Aceiteros del Águeda (www.facebook.com/AceiterosdelAgueda), y es la portavoz de un grupo de olivareros –once socios capitalistas– que se ha empeñado en promover por el ancho mundo un aceite de oliva de calidad, vástago de la tradición y las últimas tecnologías. El sabor y el olor del oro líquido se imponen en las catas que organiza esta gladiadora de lo suyo, que sentencia que “el producto se tiene que defender por sí solo”. Y vaya si se defiende. Como ella cada vez que canta las bondades de la variedad Zorzal de Arribes o celebra el privilegio de vivir en un entorno natural.

Y, ahora, ¿cómo decir adiós a la Ruta del Vino de Arribes, después de tantos y tan agradables “holas”? Quizá con una historia, una historia que, como en el mandato narrativo de Miguel Delibes, lo tiene todo: un hombre, un paisaje y una pasión. El hombre se llamaba Ángel de Dios; el paisaje es el municipio de San Felices de los Gallegos, uno de los conjuntos históricos de la provincia de Salamanca; y su pasión fue el castillo que el rey portugués Dionis mandó construir allá por el siglo XIII.

Tras visitar su museo del aceite, El lagar del mudo (www.ellagardelmudo.com), y admirar las dimensiones de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Entre Dos Álamos, nos sentamos en torno a una hoguera imaginaria y escuchamos el cuento verídico de aquel campesino, Ángel del Río, que compró el castillo a dos vecinos de la villa para evitar que lo demolieran y emplearan la piedra en casas. Años después, dos inversores americanos se plantaron en el pueblo y le ofrecieron una fortuna para llevárselo a su país, pero él se negó, porque, sin su castillo, San Felices ya no sería San Felices, dejaría de existir (y recuerden que “solo existen las cosas que no pueden perderse”). Su hijo, Francisco, se metió a cura y siguió defendiendo el legado y la voluntad de su padre hasta poner a buen recaudo la fortaleza, cedida al ayuntamiento y restaurada por la Fundación Patrimonio Histórico de Castilla y León. Hoy, el castillo alegra la vista a los sanfeliceños y a todo aquel que hace un alto en el camino para cavilar desde lo alto de su torre del homenaje sobre el tiempo y sus prodigios.

Dijimos que esta ruta estaba hecha por y para las personas, y no andábamos desencaminados. También para las que ya no están y para las que vendrán mañana.

Alberto de Frutos

 

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