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Charlotte, la inglesa de Fermoselle

21 marzo 2014
 

Los vinos de Charlotte Allen expresan como pocos la fuerza y la verdad del terruño. Sus tintos Pirita encierran las claves que explican la relación del hombre y la viña. En este caso, la de una mujer valiente con unas cepas retorcidas por los años, precisamente las que le proporcionan las uvas que han logrado que sus vinos expresen su idea del vino. Su sueño se ha convertido en realidad. Unos tintos en los que ha plasmado sus conocimientos enológicos modernos y su visión ecológica de la vid, en cada botella. Y así se ha hecho un hueco en los mercados del vino de calidad con el sello de una legendaria zona de vinos, hoy amparada por la Denominación de Origen Arribes.

Han pasado siete ciclos vegetativos, con sus correspondientes vendimias, todas ellas duras, pero benignas, desde que Charlotte (Carlota) puso sus pies, sus manos y su alma de vino en el arribe. Siete largas añadas velando por la fermentación de sus vinos, que nacen en ese escenario que tanto la impactó al contemplar -por primera vez en la añada de 2007, y aún la impactan-, los salvajes y tenebrosos cañones que el Duero agrieta en la tierra de vinos del noroeste zamorano.

Paraíso desconocido

Carlota apostó fuerte por un desconocido paraíso, buscando el tesoro ampelográfico del solar de los follacos (gentilicio popular de los habitantes de Fermoselle), que son las viejas cepas de Juan García, bruñal, malvasía, puesta en cruz, bastardillo serrano y chico, tinta Madrid, tinta Jeromo, gajo arroba, tempranillo y verdejo colorao, entre otras.

Carlota ha vencido ya, al menos, las batallas más importantes de su guerra personal con el arribe. Ella misma labra los viejos majuelos de El Polvorín y Camporredondo. Por supuesto, realiza con sus propias manos las prácticas culturales, desde el arado, en ocasiones con mulo, a la poda. Una conducta que se ha convertido casi en religión para esta enóloga inglesa que decidió abandonar la arqueología en la universidad para estudiar enología en Francia. Carlota está orgullosa de conducir sus vinos desde la tierra. Cuando puede, separa las castas y microvinifica antes de ensamblar y trasegar los vinos a las barricas de roble.

Tras estudiar enología, recorrer varios países y beber de las fuentes galas del vino, Carlota tomó la decisión de elegir España como su terruño soñado. Su amigo Didier Belondrade, el francés de La Seca y un 'hispanista vinícola' convencido, aconsejó a Carlota que visitara el arribe zamorano, un espacio natural que conservaba intacta la naturaleza y, por ende, las heroicas viñas que escalan las laderas del Duero sobre los bancales.

Y así, de la mano de un francés, llegó una inglesa a Fermoselle. Pero, por muy bucólico que parezca el romance de Carlota con el arribe, sigue siendo duro. «Hay que demostrar de verdad que el vino expresa el terruño», asegura. Carlota sabe que esto exige esfuerzos personales, físicos y riesgos a la hora de comercializar; mucha honradez en la elaboración y respeto al entorno natural de las viñas.

Bodega subterránea

Carlota elabora en una pequeña bodega subterránea, una de tantas que horadan las entrañas de granito de Fermoselle, capital indiscutible de los Arribes zamoranos. Su bodega se llama Almaroja, un vocablo que responde a un juego de iniciales, sin más interpretaciones. Está situada en la calle más vinatera de la población, la de las Fontanicas. Su bodega elabora una media de 10.000 botellas al año, de las que un 10% son tintos y, el resto, blancos. Todos ellos pasan por un periodo de envejecimiento en barricas de roble. Exporta el 50% y el mercado nacional absorbe el resto de sus tintos Pirita y del último vino que lleva su nombre, Charlotte Allen.

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